OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

DESPUÉS DE LA MUERTE DE DZERJINSKY*

 

La muerte de Dzerjinsky ha abierto otro claro en el estado mayor de la Revolución Rusa. Los soviets han perdido uno de sus mejores funcionarios; la revolución uno de sus más heroicos combatientes. Dzerjinsky pertenecía a la vieja guardia del bolchevismo. A esa vieja guardia que conoció la derrota en 1905, la cárcel y el destierro en todos sus largos y duros años de conspiración y la victoria de 1917. Y que, entonces, justamente, empezó a vivir sus días más dramáticos, más agónicos, más exaltados. 

Como la mayor parte de los hombres de la vieja guardia, Dzerjinski, era un revolucionario nato. Su biografía hasta octubre de 1917, es absolutamente la biografía de un agitador. A la edad de 17 años, estudiante de retórica en el colegio de Vilna, se enrola en el socialismo y se consagra a su propaganda. Tres años después dirige en Kovno las grandes huelgas de 1879, señalándose desde entonces a la policía zarista como un agitador peligroso. Deportado de Kovno, Dzerjinski, se dedica a la organización del partido social-democrático en Varsovia, actividad que le cuesta primero la prisión, luego la deportación a Siberia. Escapa a esta última pena refugiándose en Alemania. El año trágico de 1905, lo encuentra en Varsovia en un puesto directivo de la social-democracia polaca. Condenado nuevamente al exilio de Siberia, Dzerjinski logra fugar por segunda vez, pero regresa a su trabajo revolucionario en 1912 y la policía zarista cae implacable sobre él. La revolución de Kerenski, le abre finalmente, en 1917, las puertas de la prisión. Y Dzerjinski, vuelve a su puesto de combate. Participa activa y principalmente en la revolución bolchevique, como miembro del Comité Militar Revolucionario, en primera fila en la responsabilidad y riesgo. 

En el Gobierno revolucionario, su tarea es, como siempre, una de las más penosas. Le toca presidir la Cheka, tan mal afamada por su dura función de tribunal revolucionario. En 1919, es nombrado además ministro del interior. La revolución, atacada en múltiples frentes, debe defenderse por todos los medios. Dzerjinsky lo sabe. Y asume la responsabilidad histórica de la tremenda batalla. La contrarrevolución es al fin vencida. La Cheka es reemplazada por la G.P.U. Pero Dzerjinsky no está hecho Para el reposo. Se le encarga el Ministerio de Vías de Comunicación. Rusia necesita regularizar sus desordenados transportes. Sólo la terrible energía de Dzerjinsky es capaz de conseguirlo. Y, en efecto, los trenes al poco tiempo marchan normalmente. En fin, cuando Rykoff es llamado a la presidencia del Consejo de Comisarios del pueblo, Dzerjinsky lo reemplaza en la presidencia del Consejo Nacional de Economía. 

En este puesto, entregado a la labor gigantesca de disciplinar y reorganizar la economía rusa, lo ha sorprendido la muerte. Dzerjinsky ha dado a la revolución, hasta su último instante, su energía y su potencia formidables de organizador. 

No era un teórico sino un práctico del marxismo. No deja obra teorética. Encontró siempre, claro y neto, su camino. No tuvo tiempo sino para la acción. Le faltaban dotes de leader, de caudillo. Pero Dzerjinsky no ambicionó nunca más de lo que debía ambicionar. Tenía el genio de la organización; no de la creación. Aunque parezca paradójico, es lo cierto que este agente de la revolución, que pasó la mayor parte de su vida entre el complot, la prisión y el destierro, era fun­damentalmente un agente del orden. 

La mayor parte de los hombres aceptan pro­bablemente como la imagen verdadera de Dzer­jinsky, la fosca imagen del jefe de la Cheka inventada por las leyendas del cable. Pero ésta es, seguramente, la menos real de todas sus obras. Dzerjinsky, según el testimonio de los extranjeros que lo visitaron y conocieron en su despacho de Moscú, daba una impresión de asceta. Era, físi­camente, un monje magro, dulce y triste. He­rriot, en su libro La Rusia Nueva, lo llama el Saint Just eslavo. Nos habla de su aire de asce­ta, de su figura de icono. De su cuarto sin calefacción, desnudo y humilde como una celda, cu­yo acceso no defendía ningún soldado. 

Después de su muerte el cable anuncia coti­dianamente la reacción y el desorden en Rusia. Se ha vivido tanto tiempo con la idea de que este frío eslavo, tenía a Rusia en un puño que, apenas se le ha sabido muerto, la esperanza de los enemigos de la revolución ha renacido. Las polémicas, los debates internos del partido bolchevique, tan antiguos como el partido mis­mo, son presentados como las primeras escara­muzas de una sangrienta guerra civil. Quebrada la última esperanza de contrarrevolución, toda la esperanza del capitalismo occidental está en la posibilidad de un cisma del bolchevismo.

Este cisma, claro está, no es teórica ni prác­ticamente imposible. Pero sí improbable. El mis­mo alcance se atribuyó después de la muerte de Lenin al disenso entre el directorio del partido y Trotsky. Se dijo entonces que Trotsky había sido aprehendido y deportado. Que una parte del ejército rojo se había sublevado a su favor. To­do, invención absurda. Meses después, Trotsky, no obstante su oposición a la mayoría del di­rectorio, regresaba a ocupar disciplinadamente su puesto en el gobierno de Rusia.

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 21 de Agosto de 1926.